Una hermosa extensión de terreno, ubicada en la falda de la sierra de Córdoba,y delimitada por el arroyo Guadalbarbo, Alcolea, el río Guadalmellato y el Guadalquivir, era conocida como Pendolillas desde los primeros años del siglo XVI. Después de varias vicisitudes, llegó a manos de Antonio Guerra Bejarano, quien había soñado durante mucho tiempo con ser el propietario de esta finca. Aunque su vida se truncó en plena madurez, logró cumplir su sueño. Su pasión, sin embargo, perduró en sus descendientes: hijos, nietos, biznietos y hasta tataranietos han mantenido un profundo apego a este mágico terreno, disfrutando de paseos y contemplaciones. Antonio Guerra fue un hombre tenaz, quien inculcó en su familia el amor por este trozo de la sierra.